JOSÉ MARÍA EGEA SÁNCHEZ/Doctor en Agroecología.
El cáncer, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es una “enfermedad que se caracteriza por la transformación de las células, que proliferan de manera anormal e incontrolada”; teniendo en cuenta esta definición me vais a permitir que hoy recurra a ella de manera metafórica, y es que creo que es un perfecto ejemplo de lo que para mí es el efímero, al menos espero que así sea, paso de la especie humana por este planeta llamado Tierra. Un desarrollo anómalo e incontrolado, decidido a esquilmar los recursos naturales finitos en pos de un desarrollismo perverso y una supuesta calidad de vida que no deja de ser una entelequia.
Yo siempre he abrazado las teorías de Rousseau para quien el ser humano es en esencia, bueno y cándido, y que es la vida social y cultural la que lo pervierte. Siempre me he sentido atraído por esa idea, más romántica quizá, de la bondad como punto de partida de nuestra existencia y como objetivo último. Sin embargo los hechos me hacen acercarme cada vez con más celeridad al modelo hobbesiano para quien el hombre es malo por naturaleza. Pocas dudas encierro ya, mal que pese a los antropocentristas, de que la vida en la Tierra y ella misma sobrevivirá a nosotros y nos pondrá en nuestro lugar devolviéndonos todas las agresiones que le perpetramos.